sábado, noviembre 22, 2008

Cazadoras de sueños

Quiso el destino, o mejor dicho, las ganas del obstetra de turno de Río Cuarto, que Claudia y Valeria nacieran al mismo tiempo. Sus madres oriundas de un pueblo distante a unos 50 kms. al sur habían sido trasladadas de urgencia en una F100 blanca perteneciente al Municipio. El año comenzaba y sus llantos fueron los primeros en escucharse entre algún que otro fuego de artificio lanzado por un par de vecinos de la ciudad.
Durante los primeros años de educación fueron a la misma escuela y compartían el segundo banco de la derecha del Aula N°6. Se hicieron inseparables en clases, recreos y visitas al baño compartiendo más cosas que muchos hermanos del pueblo. Conocieron el amor y el desamor del mismo compañerito del taller de música. Con la pubertad fueron intercambiando novios y se reían de las virtudes y defectos de sus víctimas y los rumores comenzaron a circular entre los vecinos. Pasaban horas encerradas en sus cuartos tiradas en la cama admirándose sus cuerpos y fantaseando con el amante perfecto que juraron perseguir y cazar. Cuando llegó el momento de elegir una carrera Universitaria y empujada por el chusmerío local, Claudia, confiando que su amiga la seguiría, decidió viajar a Córdoba. Esperó en vano hasta casi finalizada su carrera de arte la llegada de Valeria, prometiendo nunca más regresar.
El olvido y el enojo hizo que se distanciara aún más y viajara a Buenos Aires donde se cruzó con el tiempo a un matrimonio amigo de sus padres, ya fallecidos hace años, que la desayunó sobre el casamiento de su entrañable amiga y la llegada del tercero de sus hijos. Decidió escribirle una carta y así recomenzó un nuevo contacto que prácticamente no se vería interrumpido durante varios años hasta que luego de algunas décadas uno de los nietos de Valeria encontrara una caja llena de sobres cuidadosamente guardados y descubriera la añorable y oculta amistad que tenía su abuela.
Fue así que cuando la vejez amarró su cuerpo, por decisión unánime de la familia fue trasladada a un pensionado en el barrio de Villa Crespo donde vivía Claudia desde hacía unos 3 años. Habitaciones acogedoras de 2 camas hicieron que el encuentro fuera cinematográficamente emotivo. Se amaron durante las 2 semanas que siguieron, hasta que una estufa de gas del cuarto, inundara la habitación de monóxido de carbono y las sorprendiera con las camas individuales pegadas una a otra, con un juego de sábanas matrimonial y ellas entrelazadas con piernas y abrazos como siempre desearon y soñaron estar.

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